domingo, 13 de diciembre de 2015

El odio a Cristina





JP Feinmann hoy, en La Nación, analizó uno de los quid de la cuestión subjetiva puesto en debate en la derrota electoral del FpV, “El odio a Cristina”. Cito “En lugar de admirarla, cuando una persona encuentra a otra con las cualidades de la que carece, puede llenarse de odio, de envidia y resentimiento. Porque su mera existencia es la muestra palpable de su mediocridad” frase con la que explicó el odio “femenino” sobre el que aclaró que no se trata de una cuestión de envidia intelectual, sino física y hasta sexual. Luego continuó analizando, esta vez a los hombres, a quienes aplicó la siguiente sentencia El hombre tiene un odio tremendo porque sabe que esa mujer es imposible para él. Ella está totalmente alejada de sus posibilidades, porque es brillante, porque ha hecho una carrera política brillante.

Feimann, el bueno en este breve artículo, da cuenta que su perspectiva no alcanza a ver más allá de la “sana” envidia de barrio. Un sentimiento como el que describe, tan simple de desmontar e interpretar dialécticamente, no es más que la envidia “clásica” que motoriza la vida entre vecinos, semejantes, familiares y amigos. Ya que lo que él describe es una operación tradicional del deseo sobre la falta, que supone en algún otro la resolución del misterio de completud. Sin embargo, resulta que no todas las mujeres son Dora, ni todos los hombres son Juanito. La cosa del odio a un líder es un asunto que no encaja plenamente en la teorías clásicas de la identificación y la pulsión sexual (salvo haciendo reduccionismos). Odiar a un líder se trata de un asunto político más complejo. Conozco mujeres y hombres que mantienen esta relación pulsional insoportable con la corporalidad de Cristina y no por eso son “anti-k” u odian, el rechazo hasta les les motoriza admiración política… y así están.
El asunto del odio a un líder es más enredado porque el “líder” es una encarnación del significante ideológico que propone un punto de equilibrio inmanente entre el discurso y el real en juego. Es decir, la vertiente imaginaria del semblante del líder tiene la propiedad de ser del orden de la naturaleza, de “la cosa dada”; es un elemento irremediable para el sujeto, en el sentido que siempre va a dar cuenta de su relación fantasmal, sin escapatoria, en tanto que constituye a su propio fantasma, que es ideológico siempre, de forma singular.
El líder siempre “estará allí para el sujeto” (eso es lo que lo “eterniza”), lo rechace, lo adore, o lo pornografie, nada podrá hacer para deshacerse de su representación. Este principio paranoizante es una vulnerabilidad del sujeto ante lo común, y es una hiancia en lo público que permite posibilita hacer de eso un espectáculo. La complejidad, entonces, en la relación pulsional al líder es su espectacularización. Si se asume que existe una insoslayable relación entre el líder y el porvenir del sujeto y eso se da en la privacidad del sujeto que ofrece el espacio público, sobre eso entonces es posible montar toda clase de supuestos. Supuestos que operan y encarnan al líder en cualquier cosa según quién, según para qué, deviniéndolo en diferentes operaciones significantes. Se trata pues de un nombre propio pulverizado por su espectacularización, que no es más que un significante vacío de sustancia pulsional tecnificado y administrado por el capital. En síntesis, cada cual tiene en su imaginario “la Cristina que necesita tener”, yegua o madre de dragones. Esto no simplemente un síntoma de posición sexual frente al objeto a; sino que es, principalmente, un rasgo de subjetivación política que da cuenta de cómo le excede al sujeto el acontecimiento de las ideologías. Por eso, acompañando al "odio a Cristina" no es sorprendente encontrar un anti peronismo sedimentado, y/o una enorme cuota de consumo de medios opositores, un montaje singular en las redes sociales que garantice la “crispación”, un entorno de proximidad reforzador de dichos que relocalicen al Amo en caso de extravíos… Es decir toda una arquitectura de refuerzo simbólico-imaginario que capitaliza al semblante del nombre propio de CFK y lo cristaliza como Otro existente y gozador, ergo perverso
Quisiera entonces salvar a la pulsión sexual y la envidia barrial de la perversa operación de paranoización que ubicó a esta líder, como podía ser cualquier otrx, en el lugar de un Amo existente. Quisiera incluir en la dialéctica la terceridad mediática que vehiculizó dicho sentido e hizo hegemonía bajo el significante “cambio”. Quisiera advertir(nos) de sus formas acertadas para la manipulación del principio de subjetivación política común, de sus nuevos hallazgos, de la reforma de la canallada. Claro que, quien odia a cualquier mujer puede también odiarla “a ella”, pero sería ingenuo creerle a Feinmann y quedarse en que el problema es el montaje defensivo contra la relación sexual; hay aquí, pues, algo más construido sobre los espectros de Cristina, algo que no se socava en las pequeñeces de almacén, ni (lamentablemente) en las de diván.