jueves, 29 de diciembre de 2016

Segmentación ¿quién apoya y quién no al gobierno?


 


Como expresamos en la entrada anterior, la valoración de la gestión de MM se encuentra en: 49% Positivo, 44% Negativo. Este número sale de la repartición de un 24% regular (13% regular positivo, 7% regular negativo, 4% regular regular), 3% Ns/Nc. Por lo que podríamos decir que los números de la valoración de la gestión de MM (sin el Regular) son 36% para la positiva y 37% para la negativa. Siendo noviembre el primer mes donde la negativa supera a la positiva en un escenario sin grises.

Desagregando por segmentos, el segmento más crítico al gobierno nacional son los jóvenes entre 16 y 29 años de NSE bajo. Probablemente esto se da porque empieza a hacer sentido aquello de que "Este es un gobierno para ricos" "que solo gobierna para unos pocos".  Lo relevante de este dato es que previo a las elecciones presidenciales del 2015, este segmento apoyaba mayoritariamente a Cambiemos y explicó parte de su triunfo. Durante la campaña, Cambiemos, sin lugar a dudas, tuvo la capacidad de penetrar en la juventud de sectores bajos. 



Valoración de la gestión de MM por franja etaria (%)
 
Valoración de la gestión de MM por NSE (%)















Los jóvenes y pobres, entonces, probablemente sean el sujeto receptor de las campañas 2017. Es plausible que el gobierno le hable mayoritariamente a ellos en las elecciones 2017, y probablemente, incluso, se tomen algunas medidas en su consideración (por ejemplo un programa primer empleo o pasantías que encubran muy bien el objetivo último de flexibilización laboral). Las razones por las cuales elegir a los jóvenes de bajo NSE como interlocutor son muy simples: es un segmento con una socialización política lábil, fácil de revertir en sus intenciones electorales, como también es un segmento susceptible a las campañas masivas en redes sociales y a la generación de sentido anti-político o discurso banal.  

Este 36% de imagen positiva es el único apoyo electoral del gobierno, es decir que hoy su caudal electoral no suma nada entre los indecisos (quienes ante la duda preferirían votar otra cosa). El signo político oficialista solo es elegido a nivel nacional por quienes creen que MM está haciendo las cosas bien. Hay que decirlo, 36 es un número por debajo de lo esperable y expresa claramente la sumersión del gobierno en una zona crítica. 



Principal preocupación (%)
















Bajo la lupa, la mitad del núcleo duro de votantes de Cambiemos, reconoce como razón de su apoyo que “el gobierno está haciendo bien las cosas en materia de corrupción”. Es decir, gran parte del apoyo a Macri se sostiene sobre la base de cierta creencia de no-corrupción en su espacio político y en particular de parte de su persona. Este dato es sorprendente porque deja entrever:

1. La escasez de virtudes del gobierno, ya que tanto el "honestismo" como la "lucha contra la corrupción" son dimensiones que el ejecutivo puede acompañar, apoyar, pero que no le son estrictamente propias ya que dependen de otros actores.
2. La paradoja o contradicción en la que se ubica cierto "republicanismo" que se quejaba de la falta de división de los poderes en el kirchnerismo (cuando el Congreso era "una escribanía") y que ahora reconoce de manera no problemática que las causas de corrupción sean motorizadas por el ejecutivo.
 3. La vulnerabilidad mediática a mediano plazo que tendrá la figura de MM. Ya que en caso de un avance contundente de las denuncias de corrupción hacia el presidente, y de  desplegarse una operación judicial furtiva que lo desgaste, esto puede representarle, en lo inmediato quizás, la pérdida de un importantísimo caudal de apoyo electoral. 


Principal motivo del voto a cambiemos (%)

lunes, 19 de diciembre de 2016

Mirando al 2017



Las encuestas que circularon en los últimos 60 días, presentan una profunda disparidad de números, esto da cuenta de que el escenario político aún no está estructurado. Sin embargo, a grandes rasgos, hay una tendencia notoria: por el perfil de la oferta en figuras, nos encontramos ante cierto giro conservador en las preferencias del electorado argentino.

Para comenzar podemos decir que, Gran Buenos Aires es la zona geográfica más crítica del gobierno de MM, más que el interior de la provincia, el resto del país y, por supuesto, que CABA. La provincia de Buenos Aires, en su totalidad, muestra menos polarización que el resto del país, teniendo preferencias tripartitas. Esto ocurre de manera más aguda en la s secciones 1ra y 3ra, manchas urbanas compuestas por municipios donde el peso de lo local se hace sentir por la relevancia que toma lo distrital, con sus respectivas figuras intendentes. El promedio del último trimestre, en Provincia,  es:


 
Agregamos a esto el dato o “novedad” de Randazzo + Insaurralde con un 5% de votos. Aunque valga la advertencia de que esta fórmula además de ser políticamente improbable, en caso de existir, no pasaría una instancia de PASO y volcaría todo su capital electoral en la fórmula Scioli-CFK, ubicándola en un 37%, cifra tentadora por su cercanía (dentro del margen de error) al 40%  

Por otro lado, el total nacional, en cambio, marca claramente una tendencia hacia la polarización y reduce los márgenes para indecisos e indiferentes. Mientras que en PBA el kirchnerismo goza de buena salud electoral, esto no sucede en el total nacional. 

A nivel nacional la valoración de la gestión del gobierno de MM está polarizada (al igual que las expectativas). La positiva sigue estando por arriba de la negativa, los números son 49% vs 44% (distribuyendo los regulares). Pese al empeoramiento de la situación económica del país y personal, la gestión dejó de caer e inclusive mostró algo de recuperación en noviembre y una caída dentro del margen de error para diciembre. Respecto a la situación económica, 7 de cada 10 argentinos creen que la situación económica del país es mala y que empeoró desde que cambió el gobierno. Sin embargo 3 de esos 7 creen que eso será algo que se revertirá. Más del 60% cree que su situación personal es peor que a principio de año, donde la situación del país era peor evaluada. Es decir que la valoración de la situación personal cae más rápido que la percepción general. Hipotetizamos ante esto que probablemente hace sentido el mensaje de “meritocracia” (“probablemente no me esfuerzo lo suficiente”)


Respecto del determinismo económico a la hora de juzgar la gestión de MM, podemos afirmar como “un dato visible” cuantitativa pero también cualitativamente, que el mismo se diluye a la hora del apoyo al gobierno, ya que el apoyo es principalmente una “cuestión de fe”, “mística presidencialista”. De 10 argentinos que no están satisfechos con el gobierno nacional,  4 afirman que "hay que esperar". ¿Culpa por el voto?, probablemente.

Yendo hacia los principales temas que preocupan a la OP, la inseguridad muestra una tendencia macro a la baja, con leve recuperación de octubre a noviembre. Mientras que la corrupción se sostiene en valores similares desde el comienzo del año, con pocas modificaciones a pesar de los escándalos ocurridos a lo largo del mismo periodo. Evidentemente los interesados en señalar la corrupción como principal problema del país son “siempre los mismos”. Esto quiere decir que  los casos de corrupción solo conmueven a audiencias redundantes que confirman lo que pensaban previamente.


En cambio, una preocupación en ascenso, que empezó a crecer desde el 2014 y lo hizo exponencialmente este año hasta llegar a liderar el ranking de problemas, es la preocupación por los ingresos personales y/o el problema de encontrar un buen trabajo. Esta variable domina el escenario de los problemas acuciantes para la ciudadanía, más que cualquier otro evento coyuntural. El 45% de la población tiene preocupaciones económicas y, un tercio de la población nacional no llega a fin de mes. Esta percepción puede ser pensada como un síntoma evidente de lo que Guillermo O’Donnell llamó “democracia de baja intensidad” al referirse a ciertas restricciones “extra-poliárquicas” en espacios en los que pueden estar satisfechas las condiciones estipuladas para la poliarquía. Así, habría circunstancias en las que se vota libremente pero en las que las condiciones sociales necesarias para el ejercicio de la ciudadanía no están del todo presentes. De esta manera, las condiciones de pobreza y exclusión sufridas por amplias porciones de la población, son definidas como “graves negaciones de la agencia y los derechos de la ciudadanía”. Dice el autor: “Estas personas viven bajo tal privación que, salvo para individuos y movimientos excepcionales, sobrevivir pasa a ser su abrumadora preocupación; no tienen oportunidades ni recursos materiales, educación, tiempo o incluso energía para hacer mucho más de esto” (O’Donnell 2010, 171)

Por último, ideológicamente hablando, el electorado nacional se encuentra permeable a participar en una compulsa polarizada; un 40% cree que lo que se disputará en el 2017 es “Antikirchnerismo vs Kirchnerismo”, otro 40% “Oficialismo vs. Oposición”, el resto se pulveriza en otras opciones de antagonismos, la mayoría de ellos duales. Vale la pena resaltar lo distintivo de lo distrital, a la hora de pensar  la polarización. Por ejemplo, Córdoba (provincia) y CABA, por citar los dos conglomerados urbanos más importantes para el gobierno, en estas plazas, al momento de hablar de polarización, lo que se contrapone son fuerzas diferentes. Mientras que en el escenario cordobés las fuerzas en competencia serán ambas oficialismos: uno provincial, otro nacional (vaticinándose ya, en las encuestas, un triunfo aplastante de parte del primero sobre el segundo - 40% vs 20% - con De la Sota encabezando listas). CABA, en cambio, será el bastión más fuerte para el oficialismo nacional, y allí el FPV se ofrece (extinto GEN a nivel local) la fuerza opositora de mayor volumen, capaz de atraer votos bronca/desilusión/findelaalegria. By the way, habrá que ver… no todo está dicho ni mucho menos estructurado, además, las encuestas, como dicen muy bien por ahí, no siempre aciertan.

martes, 29 de noviembre de 2016

Entrevista a Dora Barrancos

por Luciana Rosende
26.11.2016

fragmento


Es muy sórdido lo que suele ocurrirles a las mujeres en estas situaciones de crisis en el mercado laboral. Es una pérdida de derechos. Y conjeturo que van a sobrevenir y se van a hacer más redundantes las fórmulas violentas. Porque además, ya sabemos, cuando los varones pierden esta valoración que significa el trabajo, una valoración que indexa muchos sentidos, algunos evidentemente muy incorrectos porque son patriarcales –que es el principal proveedor, que la masculinidad está ligada a esa potencia en el trabajo, etc.- ahí hay desajustes graves que ya los vimos en los 90”, advierte Barrancos, socióloga, historiadora y directora del CONICET en representación de las Ciencias Sociales y Humanas.

¿Por qué las situaciones de crisis social afectan más y primero a las mujeres?
 
Porque son más lábiles. Porque tienen primero mucha menor oportunidad de situarse dentro del mercado laboral. No olvidemos que la cuota de participación de las mujeres hoy es muy interesante, estamos por arriba de 40-43 por ciento, pero habíamos salido de una zona de treinta y tanto por ciento para subir en estos años un peldaño bastante importante. En los 90 empezó a subir porque subió la presión femenina en el mercado laboral, debido a la enorme pérdida de trabajo de los varones. Cuando pasa esto hay un agolpamiento en el mercado laboral de mujeres, en condiciones muy lamentables. Estamos viendo que está aconteciendo lo mismo. A esta película ya la hemos visto: hay que salir a trabajar a como dé. Por otra parte, todas las circunstancias apuntan a este aumento de las posibilidades de fragilidad que se tienen, porque también se fragilizan los lazos de solidaridad social. Es un poco un ‘sálvese quien pueda’. Es muy sórdido lo que suele ocurrirles a las mujeres en estas situaciones de crisis en el mercado laboral. Es una pérdida de derechos. Y conjeturo que van a sobrevenir y se van a hacer más redundantes las fórmulas violentas. Porque además ya sabemos, cuando los varones pierden esta valoración que significa el trabajo, una valoración que indexa muchos sentidos, algunos evidentemente muy incorrectos, porque son patriarcales –que es el principal proveedor, que la masculinidad está ligada a esa potencia en el trabajo, etc.- ahí hay desajustes graves que ya los vimos en los 90.

¿O sea que la crisis social repercute en una mayor violencia en el ámbito privado?

Absolutamente. Hay consecuencias violentas en el ámbito doméstico.
Nota completa: Política Argentina

viernes, 25 de noviembre de 2016

La crisis de la política neoliberal



Nuestra política muchas veces tiene un ritmo tan frenético que nos impide ampliar nuestra mirada y reconocer la incidencia en el escenario nacional de movimientos macros. En este sentido, parecen estar sucediéndose cambios en los sistemas políticos de muchos otros países que estarían trazando una nueva frontera estructuradora de los modos de representación política y, consecuentemente, de los sistemas de partidos. Desde hace al menos un par de décadas, estamos asistiendo a la decadencia de las democracias consensualistas. En cada lugar, a su modo, la crisis arroja resultados singulares que responden a especificidades contextuales. En algunos casos emergieron respuestas progresistas: Syriza en Grecia, el 15M español con su origen autonomista antiestatista que finalmente desembocó en una fuerza populista de izquierda como Podemos, los neopopulismos latinoamericanos como respuesta al desierto dejado por las experiencias neoliberales más radicales (y trágicas) del mundo. En otros casos, surgieron alternativas eminentemente de derecha (con cierta variabilidad en su nivel de conservadurismo): Le Pen en Francia, el Brexit en el Reino Unido y Trump en Estados Unidos.

En busca de comprender este proceso podríamos remarcar algunos eventos históricos. A partir de la posguerra, los sistemas políticos de las principales economías occidentales recorrieron un camino casi lineal hacia la incorporación de la gran mayoría de las expresiones ideológicas a la competencia electoral, orientada hacia la conquista del poder estatal, lo cual redundó en un claro proceso de legitimación de las democracias liberales. Dicho consenso iba aún más allá de la expansión de la democracia como pura forma o procedimiento, ya que también incluía un extenso acuerdo en torno al lugar del Estado en la sociedad. Son los años dorados de los Estados bienestaristas cuya expansión parecía indetenible, toda vez que los distintos partidos políticos colaboraron, con sus matices, en su ampliación cuando les tocó formar parte del gobierno. Luego, a partir de los años 70, comenzó la crisis (que aún continúa) en torno al consenso del rol estructurador del Estado. Dicha crisis prontamente produjo cierta traslación al sistema político bajo la forma de emergencia de discursos neoliberales. Son los albores de ese proceso amplio y complejo bautizado como globalización. La globalización fue presentada y defendida de mil maneras, pero fue su aura de proceso inevitable e indetenible lo que le dio su aplastante fuerza ideológica.

Esta imposición de la globalización se perpetúa en nuestros días por diversas razones: el avance de la técnica, el supuesto fin de las ideologías, el triunfo del capitalismo, la caída del muro, etc. En todo caso el corolario siempre es el mismo: la globalización se impone y frente a ello el mundo comienza a dividirse en dos: entre quienes razonablemente lo aceptan y racionalmente buscan adaptarse a este nuevo contexto; y entre quienes se niegan a aceptar esta realidad. Éstos segundos fueron progresivamente perdiendo legitimidad política hasta el punto de ser cuestionados en su propia racionalidad, quedando excluidos de los sistemas tradicionales de representación política. Aunque estas voces de resistencia no desaparecieron, sí quedaron relegadas al mundo de la sociedad civil, algo que también fue motivado por sus propios lenguajes autonomistas que hicieron de esto parte de una decisión propia. Durante los noventa y comienzos del dos mil, estas expresiones periféricas lograron ciertas instancias de articulación política, bajo el significante “movimientos antiglobalización”.

Esta marginalidad de las posiciones críticas a la globalización nunca dejó de ser el síntoma de un enorme “consenso”: todos los políticos, todos los partidos, asumieron la globalización como un condicionante insuperable, no dejando margen más que para debatir acerca de los modos adecuados de asumirla y adaptarse; y buena parte de intelectuales y académicos no hicieron más que mostrar lo mismo. El establishment económico, aunque no todos igualmente beneficiados, también hizo lo suyo en esta dirección. No sólo la disyuntiva no era sí o no a la globalización sino que ni siquiera se abrió la posibilidad de discutir qué globalización.

En este contexto, los sistemas políticos en su conjunto se fueron encorsetando paulatinamente y sus márgenes de maniobra fueron claramente decrecientes. La racionalidad económica y la forma-empresa, como evidencias emergentes, comenzaban a contaminar todos los lenguajes políticos. Así, el siglo XXI encontró a la mayoría de los sistemas políticos atrapados ideológicamente por este consenso tan amplio e incuestionable; en el cual también parecían atrapadas las amplias masas ciudadanas permeables a los argumentos de inevitabilidad.

Actualmente, esto es precisamente lo que parece estar cambiando en buena parte de las democracias contemporáneas: las bondades de la globalización tienen un costo, que se hizo cada vez más elevado y buena parte de los ciudadanos parecen estar cada vez menos predispuestos a aceptarla sin más, como un paquete cerrado que se compra entero o arrolla y se impone. Este es el cambio ideológico-estructural al que estamos asistiendo en el mundo: hay una clase dirigente todavía cooptada ideológicamente por la globalización neoliberal y una ciudadanía que no soporta más sus costos y cada sistema político sintomatiza a su modo.

Cabe aclarar que, quizás, la separación de la dirigencia respecto a la ciudadanía no se dio tanto por una incapacidad de escucha (para lo cual también disponen de todo una inmensa estructura de consultores políticos y profesionales de la comunicación, que todo el tiempo buscaban medir lo que piensa “la gente” para transformarlo en discurso político) como por una incapacidad de respuesta (incapacidad de la que también participa esa estructura asesora, ya que está atrapada por el mismo consenso racionalista globalizador). Aunque, para ser más precisos, quizás se trate más de imposibilidad que de incapacidad. Imposibilidad ideológica-intelectual de entender y dar respuesta a las nuevas demandas de ofrecer alternativas a este proceso globalizador que arrasa a su paso con el trabajo, la integración social y cualquier horizonte próximo de mejora.

Tenemos a mano el ejemplo reciente de los norteamericanos, quienes balbuceaban demandas insatisfechas. Una ciudadanía que parece ya no estar dispuesta a recibir como única respuesta de su clase dirigente que no hay alternativas y que los movimientos históricos son exterioridades objetivas que se imponen. Trump les ofreció un discurso que les dio sentido, les ofreció una explicación a todos sus males: una globalización neoliberal sin frenos y al servicio de unos pocos. Más allá del reclamo conservador, de derecha, xenófobo o racista, lo que se puso en juego es una demanda de (re)empoderamiento de la democracia. Los ciudadanos necesitaron volver a creer que son los residentes de la soberanía popular y que a través de su voto conforman el poder al cual voluntariamente deciden someterse. Volver a creer que ese poder político puede imponer reglas y límites a todos y no sólo a los débiles de siempre. Es decir, la suerte electoral de Trump tuvo que ver con su capacidad de romper con la monotonía del sistema de partidos estadounidense, frente a una Clinton que no sólo es parte de la vieja política sino que parece su expresión más acabada

En conclusión, a partir de la evidente decadencia global de las democracias consensualistas, la frontera ideológica que comenzará a estructurar las disputas electorales ya no será entre una clara mayoría “racional” y “seria” que buscará diferenciarse a través de matices sutiles. La grieta cortará entre una “vieja política” atrapada en el pensamiento único y “nuevas formas políticas” que ofrecerán respuestas nuevas a demandas nuevas. Es nuestra responsabilidad hacer que las más verosímiles, creíbles y deseables respuestas a esta demanda sean las alternativas progresistas y de izquierda.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Sobre los vaticinios de Hillary ganadora y las explicaciones del triunfo de Trump




Uno de los datos importantes de la última elección presidencial estadounidense fue que triunfo electoral de Trump contrastó fuertemente con la enorme mayoría de los vaticinios. Algo, por cierto, nada nuevo. Ahí está lo sucedido con el Brexit en el Reino Unido o con el referéndum reciente en Colombia. En nuestro país tampoco faltan ejemplos de análisis y encuestas que pifiaron feo: basta recordar cómo en 2007 muchos titulares y mediciones daban como inminente un escenario de balotaje entre Carrió y CFK, y como en 2011, con un tono de mayor “prudencia”, se discutía qué opositor podría despegarse del resto y aspirar meterse en una segunda vuelta contra CFK. Parece innecesario recordar por dónde finalmente fue la realidad.

El lector podrá advertir nuestra ingenuidad, ya que la respuesta es obvia: se trataron en todos los casos de operación y manipulaciones con intencionalidad política. Y posiblemente sea cierto. Hay dos ejemplos paradigmáticos que citan quienes suscriben a este tipo de hipótesis. En primer lugar, el rol que ocuparon los grandes medios de comunicación norteamericanos (y de buena parte del mundo) en estas elecciones, que operaron escandalosamente. Sistemáticamente construyeron una burda caricatura (de un personaje fácilmente caricaturizable), impusieron brutalmente una agenda del debate electoral y subestimaron ingenuamente la fuerza de interpelación de un discurso sexista, homofóbico y xenófobo.

El otro caso que se trae a colación es el nuevo fallido de las encuestas y de los “especialistas”, quienes casi al unísono vaticinaban un triunfo, aunque apretado, de Hillary Clinton. Que las encuestas han devenido en un instrumento de operación política -para la instalación de candidaturas y el encuadramiento-domesticación de la agenda pública- es ya un fenómeno mundial del cual los argentinos también venimos siendo víctimas. Lamentablemente las encuestas, que son una herramienta metodológica de vital importancia para construir discurso y desarrollar una estrategia electoral, muchas veces se publican en grandes medios de comunicación para incidir en el electorado antes que para comprenderlo.

A esta altura del partido es obvio que todo esto existe. Que se operan candidaturas y que se construye agenda pública para favorecer ciertos intereses. Sin embargo, esto no nos permite comprender por qué se equivocaron esta vez los agoreros de siempre. Porque además de actuar con mala fe, también se equivocaron. Y se equivocan porque asumen una serie de suposiciones muy cuestionables a la hora de analizar la política. El mundo del análisis político, de la consultoría y del periodismo especializado todavía se permite afirmaciones cargadas de prejuicios que no resistiría el menor análisis en cualquier otro ámbito donde la rigurosidad teórica fuese una exigencia. Siguen asumiendo caducas perspectivas del sujeto, de la comunicación y de la política que lejos están de cualquier vanguardia teórica.

Veámoslo a través de un ejemplo ilustrativo. Tras el triunfo de Trump, un amplio y diverso conjunto de expertos, analistas y consultores se rasgaron las vestiduras por el ascenso al poder de un repudiable político de este tipo. La lógica del argumento, esquemáticamente, transcurrió por etiquetar a Trump y encontrar allí los límites de su propio discurso. En otras palabras, es a partir de una caracterización de Trump, que podemos entender lo que Trump dice y en función de ello es que podemos determinar el alcance de su discurso. El razonamiento sería más o menos así: una retórica racista, da cuenta del racismo de Trump y su discurso sólo puede interpelar a los votantes racistas. El corolario de esto es que, por ejemplo, ningún latino lógicamente podría votarlo. Desde este punto de vista, deviene escandaloso el resultado ya que un candidato racista, sexista y homofóbico fue apoyado por negros, latinos, mujeres, homosexuales, etc. Como la racionalidad del votante siempre tiene que quedar a salvo, entonces surgen explicaciones suplementarias, como aquella que tanto circuló acerca de una supuesta fractura entre los inmigrantes: aquellos que poseían su green-card  votaron por Trump para quitarse del medio la competencia de aquellos inmigrantes ilegales. 

La otra parte de este razonamiento es que Trump supo captar las demandas sociales. La gente quiere que se regule la inmigración porque es la causa de su desempleo, la gente quiere que se cierren las fronteras para proteger la industria y el empleo nacional, etc.  Desde este lugar, el éxito de Trump fue la expresión del país profundo que, en tanto menos ilustrado que el norteamericano cosmopolita de la costa este, es más racista y xenófobo.

Ahora bien, este tipo de miradas sobre la política asumen una serie de presunciones sumamente cuestionables que llevan a reducir a las disputas electorales a un juego de intercambios entre votantes y líderes político. En ese juego, los ciudadanos saben qué necesitan y procuran ser eficientes con su voto apoyando las opciones políticas que les prometen satisfacer esas demandas; mientras que los líderes políticos precisamente se desvelan por saber qué quiere la gente y ponen todos sus esfuerzos y recursos en elaborar un discurso político que incorpore buena parte de eso que la gente quiere. 

En este modo de entender la política radica el problema. Entender la política como un mero intercambio entre oferentes y demandantes tiene muchas limitaciones, pero nos gustaría señalar las dos más gruesas: por un lado se considera un discurso político a partir de su propia literalidad, se lo presupone unívoco y que, por lo tanto, llega a los votantes de manera más o menos lineal. Y por el otro, piensa que la ciudadanía constituye un agregado de individuos con demandas que un político debe reconocer y construir su oferta electoral en función de ello. No. La política no es una transacción. No es el juego entre grandes estrategas demagogos (y cínicos) y ciudadanos que saben qué necesitan y buscan en la política un medio de satisfacerlo. Los discursos políticos no viajan en su literalidad y son receptados unívocamente por los ciudadanos, ni tampoco los ciudadanos participan de una contienda electoral como si fueran a un shopping a comprar algo que saben que necesitan. En este sentido, cabría preguntarse ¿un discurso que ubica la xenofobia como la posibilidad de reconstruir aquel viejo sueño americano -mito que justifica muchas veces a los latinos a migrar hacia el país del norte- no hace verosímil su paradójica fuerza de interpelación a los inmigrantes? ¿O acaso esos millones de norteamericanos que han perdido su empleo y/o han visto notablemente deteriorado la calidad de su trabajo -y que han recibido sistemáticamente de sus dirigentes como única respuesta que se trata de una natural e inevitable desindustrialización consecuencia de la globalización neoliberal- no tienen razones para sentirse conmovidos por el discurso de un outsiders que rompe (brutalmente) con la monotonía de un sistema político, de la cual por cierto su competidora parecer ser la condensación más acabada?


En fin,  hay algo bueno de estas expresiones grotescas de la política primermundista es que nos sacan del lugar de confort y nos exige, una vez más, (re)pensar la política.