miércoles, 10 de agosto de 2016

"La opacidad del voto electrónico"

Por Javier Blanco
Nota publicada en Revista Deodoro

Concepciones de la tecnología
Dos posiciones comunes frente a la tecnología, erróneas en tanto parciales y sesgadas, son el determinismo tecnológico, es decir, la postura de que la tecnología tiene su propia lógica de evolución y condiciona drásticamente otros procesos sociales, y el instrumentalismo, que afirma que las tecnologías no implican ningún valor propio, y que pueden ser usadas para una cosa u otra, dependiendo de decisiones políticas y sociales.

Es frecuente que las novedades tecnológicas vengan asociadas a discursos deterministas, que afirman la inevitabilidad de ciertos -así llamados- “avances tecnológicos” y los cambios que implicará en ciertos procesos sociales. En algunas notas de los últimos meses, suele afirmarse sin más que el voto electrónico “se viene”, aún en notas críticas o al menos ambivalentes. En la misma línea, es frecuente también el anuncio de cambios sustantivos en el proceso electoral mismo:

...la aplicación de las nuevas tecnologías en el proceso electoral puede generar comicios más transparentes y alentar la participación electoral” (La Voz 12/07/2015)

Diferencia sutil aquí entre objetivos posibles, como el de usar tecnologías de la información para mejorar la transparencia y la confiabilidad de algunos de los procesos de los comicios, y expectativas irreales o directamente presas de un fetichismo tecnológico, como pensar que una tecnología particular pueda “generar” comicios transparentes.

¿Qué (no) pueden hacer las computadoras?

Hablar metafóricamente del proceso, adjudicándole adjetivos como “transparente” requiere ciertos cuidados. La metáfora del “cuarto oscuro” tiene su asidero en el secreto del voto, básico para asegurar la voluntad electoral en un sistema democrático como el que practicamos. No querríamos que ese cuarto oscuro sea transparente, o que se filtren zonas de transparencia que permitan ver qué pasa ahí adentro. La “oscuridad” necesaria se limita al momento de elegir qué votar, de expresar voluntariamente y sin coerciones una preferencia. Luego, esa oscuridad tiene que dar lugar a transparencia y auditabilidad del proceso, para garantizar que esa preferencia se expresa, pero sin revelar el secreto. 

Las computadoras -aún las supuestamente limitadas computadoras usadas como urnas electrónicas- son máquinas que procesan información, que la transforman a velocidades inescrutables por humanos. Una de las grandes ventajas que tienen las computadoras electrónicas modernas (a diferencia de las primeras máquinas de cálculo o de tabulación), es que el tipo de procesamiento que se hará, puede cambiarse “sin alterar un solo cable”, propiedad que explica el poder de esta tecnología y la ubicuidad de estos artefactos en la vida cotidiana. No parece hoy particularmente notorio que el mismo artefacto sirva para propósitos tan disímiles, sin embargo pocas décadas atrás esta universalidad de las computadoras no era clara ni siquiera para algunos de sus diseñadores. Esta propiedad característica de las computadoras las convierte por lejos en el artefacto más versátil que hayamos creado como humanidad. Pero hay cosas que no pueden hacer. La más relevante para este tema, y que es paradójicamente consecuencia de su propia versatilidad, es la propiedad de almacenar información sin procesar, de manera transparente para cualquier observador, que es lo mínimo que se requiere de una urna. Por “transparente” entendemos acá que el proceso de almacenado sea comprensible de manera que se pueda garantizar que los datos guardados no serán alterados.

En una urna electrónica, el mero proceso de contar implica transformar los datos. Por supuesto que en esa transformación podrían preservarse propiedades importantes de esos datos, por ejemplo cuántos votos hubo para cada candidato. Pero también podría ocurrir que no, que se cambien esas cantidades, de manera sistemática o aleatoria, tanto por un cambio intencional y fraudulento en alguno de los múltiples niveles de la plataforma hardware-software en los que se ejecuta el programa de votación, como por algún error de programación. Y el principal problema es que podría no haber ninguna diferencia observable entre una urna correcta, una fraudulenta o una errónea.

Se suele decir que el sistema no falló si funcionó durante todo el comicio, envió los datos y estos coinciden en número con la cantidad de votantes. Pero eso no es suficiente para asumir que ese resultado refleja fielmente lo votado por los electores, es una condición de aceptabilidad muy débil. Hay acá una analogía indebida con el escrutinio manual donde contar los sobres, compararlos con el número de votantes, sumar los votos y ver que la suma coincide con el número de sobres, son reaseguros para excluir la posibilidad de un error humano en el conteo. Pero en este caso, la adecuación de la cuenta con lo que los votantes pusieron físicamente dentro de la urna, está garantizada por propiedades físicas mucho más transparentes.

Hay muchos otros problemas que no abordaremos aquí, pero que han sido profusamente reportados: problemas logísticos insolubles para verificar cada urna electrónica, fallas recurrentes de software y hardware, obsolescencia de las máquinas que las vuelve económicamente inviables y conflicto de intereses con empresas proveedoras que ante la aparición de fallas, las ocultan.

Uso de tecnologías de la información para mejorar la transparencia de los comicios

La tecnología actual de votación en papel tiene la insustituible ventaja de servir como límite a la posibilidad de un fraude masivo. Por supuesto que puede haber fraudes locales pero, en cambio, un programa en una urna electrónica que cambie el 5% (o el 10, o el 20) de los votos de un candidato a otro en todas las urnas puede pasar completamente desapercibido y, en cualquier caso, quienes podrían descubrirlo serían muy pocos expertos. Respecto de los supuestos otros fraudes que se corregirían, como el llamado voto cadena (posiblemente un mito urbano, o una práctica que tiene una incidencia estadística nula), es decir, métodos de vulneración del secreto del voto, es preciso considerar que las tecnologías de la información incorporan una gama enorme de maneras de hacerlo, mucho más imperceptibles y mucho más efectivas que un sobre cerrado entregado al votante. Por un mal que no se cura, se recetan muchos, parafraseando a Quevedo.

Las tecnologías de la información pueden usarse para mejorar la transparencia del comicio, pero no precisamente agregando un nivel de opacidad donde más falta hace transparencia en el proceso, es decir, en el almacenamiento y conteo de los votos. Si queremos que la elección sea fiscalizable por humanos, los tiempos de conteo tendrán que ser tiempos humanos. Pueden diseñarse aplicaciones para transmitir en tiempo real los resultados de cada mesa o para subir fotos de las actas del escrutinio apenas se firman, lo cual permitiría un contralor general de una de las partes más sensibles del proceso por parte de toda la ciudadanía, datos más rápidos, responsabilidades distribuidas. 

Querría expresar a modo de conclusión, la perplejidad frente a la recurrencia de argumentos insostenibles respecto del voto electrónico, a veces absurdos. Solo desde una mirada ideologizada o fetichizada de la tecnología puede considerarse más transparente el funcionamiento de una computadora que el de una urna de cartón; o más ecológico o más barato.


Leé la entrevista a Javier Blanco
Por Miguel Apontes, para El Argentino, sobre el debate sobre las virtudes del voto electrónico en relación con el sistema tradicional.

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