Por Javier Blanco
Nota publicada en Revista Deodoro
Concepciones de la
tecnología
Dos posiciones comunes frente a la tecnología, erróneas en tanto parciales y sesgadas, son el determinismo tecnológico, es decir, la postura de que la tecnología tiene su propia lógica de evolución y condiciona drásticamente otros procesos sociales, y el instrumentalismo, que afirma que las tecnologías no implican ningún valor propio, y que pueden ser usadas para una cosa u otra, dependiendo de decisiones políticas y sociales.
Es frecuente que las novedades tecnológicas vengan asociadas a discursos deterministas, que afirman la inevitabilidad de ciertos -así llamados- “avances tecnológicos” y los cambios que implicará en ciertos procesos sociales. En algunas notas de los últimos meses, suele afirmarse sin más que el voto electrónico “se viene”, aún en notas críticas o al menos ambivalentes. En la misma línea, es frecuente también el anuncio de cambios sustantivos en el proceso electoral mismo:
“...la aplicación de las nuevas tecnologías en el proceso electoral puede generar comicios más transparentes y alentar la participación electoral” (La Voz 12/07/2015)
Diferencia sutil aquí entre objetivos posibles, como el de usar tecnologías de la información para mejorar la transparencia y la confiabilidad de algunos de los procesos de los comicios, y expectativas irreales o directamente presas de un fetichismo tecnológico, como pensar que una tecnología particular pueda “generar” comicios transparentes.
Dos posiciones comunes frente a la tecnología, erróneas en tanto parciales y sesgadas, son el determinismo tecnológico, es decir, la postura de que la tecnología tiene su propia lógica de evolución y condiciona drásticamente otros procesos sociales, y el instrumentalismo, que afirma que las tecnologías no implican ningún valor propio, y que pueden ser usadas para una cosa u otra, dependiendo de decisiones políticas y sociales.
Es frecuente que las novedades tecnológicas vengan asociadas a discursos deterministas, que afirman la inevitabilidad de ciertos -así llamados- “avances tecnológicos” y los cambios que implicará en ciertos procesos sociales. En algunas notas de los últimos meses, suele afirmarse sin más que el voto electrónico “se viene”, aún en notas críticas o al menos ambivalentes. En la misma línea, es frecuente también el anuncio de cambios sustantivos en el proceso electoral mismo:
“...la aplicación de las nuevas tecnologías en el proceso electoral puede generar comicios más transparentes y alentar la participación electoral” (La Voz 12/07/2015)
Diferencia sutil aquí entre objetivos posibles, como el de usar tecnologías de la información para mejorar la transparencia y la confiabilidad de algunos de los procesos de los comicios, y expectativas irreales o directamente presas de un fetichismo tecnológico, como pensar que una tecnología particular pueda “generar” comicios transparentes.
¿Qué (no) pueden
hacer las computadoras?
Hablar
metafóricamente del proceso, adjudicándole adjetivos como “transparente”
requiere ciertos cuidados. La metáfora del “cuarto oscuro” tiene su asidero en
el secreto del voto, básico para asegurar la voluntad electoral en un sistema
democrático como el que practicamos. No querríamos que ese cuarto oscuro sea
transparente, o que se filtren zonas de transparencia que permitan ver qué pasa
ahí adentro. La “oscuridad” necesaria se limita al momento de elegir qué votar,
de expresar voluntariamente y sin coerciones una preferencia. Luego, esa
oscuridad tiene que dar lugar a transparencia y auditabilidad del proceso, para
garantizar que esa preferencia se expresa, pero sin revelar el secreto.
Las computadoras
-aún las supuestamente limitadas computadoras usadas como urnas electrónicas-
son máquinas que procesan información, que la transforman a velocidades
inescrutables por humanos. Una de las grandes ventajas que tienen las
computadoras electrónicas modernas (a diferencia de las primeras máquinas de cálculo
o de tabulación), es que el tipo de procesamiento que se hará, puede cambiarse
“sin alterar un solo cable”, propiedad que explica el poder de esta tecnología
y la ubicuidad de estos artefactos en la vida cotidiana. No parece hoy
particularmente notorio que el mismo artefacto sirva para propósitos tan
disímiles, sin embargo pocas décadas atrás esta universalidad de las
computadoras no era clara ni siquiera para algunos de sus diseñadores. Esta
propiedad característica de las computadoras las convierte por lejos en el
artefacto más versátil que hayamos creado como humanidad. Pero hay cosas que no
pueden hacer. La más relevante para este tema, y que es paradójicamente
consecuencia de su propia versatilidad, es la propiedad de almacenar
información sin procesar, de manera transparente para cualquier observador, que
es lo mínimo que se requiere de una urna. Por “transparente” entendemos acá que
el proceso de almacenado sea comprensible de manera que se pueda garantizar que
los datos guardados no serán alterados.
En una urna
electrónica, el mero proceso de contar implica transformar los datos. Por
supuesto que en esa transformación podrían preservarse propiedades importantes
de esos datos, por ejemplo cuántos votos hubo para cada candidato. Pero también
podría ocurrir que no, que se cambien esas cantidades, de manera sistemática o
aleatoria, tanto por un cambio intencional y fraudulento en alguno de los
múltiples niveles de la plataforma hardware-software en los que se ejecuta el
programa de votación, como por algún error de programación. Y el principal
problema es que podría no haber ninguna diferencia observable entre una urna
correcta, una fraudulenta o una errónea.
Se suele decir que
el sistema no falló si funcionó durante todo el comicio, envió los datos y
estos coinciden en número con la cantidad de votantes. Pero eso no es
suficiente para asumir que ese resultado refleja fielmente lo votado por los
electores, es una condición de aceptabilidad muy débil. Hay acá una analogía
indebida con el escrutinio manual donde contar los sobres, compararlos con el
número de votantes, sumar los votos y ver que la suma coincide con el número de
sobres, son reaseguros para excluir la posibilidad de un error humano en el
conteo. Pero en este caso, la adecuación de la cuenta con lo que los votantes
pusieron físicamente dentro de la urna, está garantizada por propiedades
físicas mucho más transparentes.
Hay muchos otros
problemas que no abordaremos aquí, pero que han sido profusamente reportados:
problemas logísticos insolubles para verificar cada urna electrónica, fallas
recurrentes de software y hardware, obsolescencia de las máquinas que las
vuelve económicamente inviables y conflicto de intereses con empresas
proveedoras que ante la aparición de fallas, las ocultan.
Uso de tecnologías
de la información para mejorar la transparencia de los comicios
La tecnología
actual de votación en papel tiene la insustituible ventaja de servir como
límite a la posibilidad de un fraude masivo. Por supuesto que puede haber fraudes
locales pero, en cambio, un programa en una urna electrónica que cambie el
5% (o el 10, o el 20) de los votos de un candidato a otro
en todas las urnas puede pasar completamente desapercibido y, en cualquier
caso, quienes podrían descubrirlo serían muy pocos expertos. Respecto de los
supuestos otros fraudes que se corregirían, como el llamado voto cadena
(posiblemente un mito urbano, o una práctica que tiene una incidencia
estadística nula), es decir, métodos de vulneración del secreto del voto, es
preciso considerar que las tecnologías de la información incorporan una gama
enorme de maneras de hacerlo, mucho más imperceptibles y mucho más efectivas
que un sobre cerrado entregado al votante. Por un mal que no se cura, se
recetan muchos, parafraseando a Quevedo.
Las tecnologías de
la información pueden usarse para mejorar la transparencia del comicio, pero no
precisamente agregando un nivel de opacidad donde más falta hace transparencia
en el proceso, es decir, en el almacenamiento y conteo de los votos. Si
queremos que la elección sea fiscalizable por humanos, los tiempos de conteo
tendrán que ser tiempos humanos. Pueden diseñarse aplicaciones para transmitir
en tiempo real los resultados de cada mesa o para subir fotos de las actas del
escrutinio apenas se firman, lo cual permitiría un contralor general de una de
las partes más sensibles del proceso por parte de toda la ciudadanía, datos más
rápidos, responsabilidades distribuidas.
Querría expresar a
modo de conclusión, la perplejidad frente a la recurrencia de argumentos
insostenibles respecto del voto electrónico, a veces absurdos. Solo desde una
mirada ideologizada o fetichizada de la tecnología puede considerarse más
transparente el funcionamiento de una computadora que el de una urna de cartón;
o más ecológico o más barato.
Leé la entrevista a Javier Blanco
Por Miguel Apontes, para El Argentino, sobre el debate sobre las virtudes del voto electrónico en relación con el sistema tradicional.
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