martes, 28 de noviembre de 2017

Sobre los límites de la comunicación política



Publicado en Alrevés
Hace ya más de diez días que la desaparición del submarino ARA San Juan sacude al país y los medios de comunicación con dispares niveles de seriedad saturan su espacio con las novedades del caso. Como una paradoja cruel del destino, un objeto ideado para no ser detectado en su accionar efectivamente no puede ser hallado y produce la más cruel de las sensaciones con 44 vidas a bordo. Este episodio trágico ha habilitado una serie de debates diversos que van desde las explicaciones técnicas sobre el funcionamiento de submarinos y sus mecanismos de salvataje hasta las discusiones en torno a la necesidad de revisar la política nacional de defensa en su conjunto. Sin embargo, si nos detenemos en las implicancias políticas de lo que está aconteciendo, hay un aspecto específico, resaltado de manera recurrente tanto por periodistas oficialistas como por aquellos ligeramente menos condescendientes, que tiene que ver con el modo en que el gobierno ha encarado el tema. Para decirlo en pocas palabras, buena parte de los analistas de turno comparten la impresión de que el ejecutivo nacional comunica mal o de manera deficiente lo que hace al respecto de la búsqueda del submarino desaparecido. En ese mismo marco aparecen algunos expertos en comunicación política para enfatizar con su jerga específica que lo que falla es la “gestión de la comunicación de crisis”. Así, se repite que uno de los problemas del gobierno es la falta de conferencias de prensa, las pocas veces que el presidente Macri se ha referido públicamente al asunto, la nula injerencia que el ministro de defensa, Oscar Aguad, demuestra en un suceso que afecta directamente a su cartera, o que algunas informaciones lleguen a oídos de la ciudadanía primero por canales infórmales vía filtraciones antes que por los conductos oficiales fruto de las internas existentes entre las altas esferas militares y los responsables políticos. En síntesis, el principal obstáculo que enfrenta el gobierno, se dice, es un problema de gestión de información, es un inconveniente para comunicar en situación de crisis y se soluciona fundamentalmente eficientizando los modos en que se trabaja de cara al público (hablar más, limitarse a los hechos, informar otorgando certidumbre y aumentar la presencia de los principales referentes políticos). Quisiéramos a continuación poner en cuestión esta suerte de consenso sobre el problema comunicacional.
Hay al menos tres aspectos que deberíamos considerar para evidenciar la trampa a la que nos conduce pensar en los términos que se nos plantean. En primer lugar, y como resultará bastante evidente para el lector, suponer que el problema es de comunicación significa reconocer implícitamente que hay algo que se está haciendo y que eso que se está haciendo es valioso. En consecuencia, una mirada en términos de problemas de comunicación encierra usualmente un sesgo reduccionista en tanto anula la discusión acerca de lo que se hace. En segundo lugar, el propio lenguaje de “gestión de crisis” o “gestión de la comunicación” evidencia otro limitante para reflexionar en estos escenarios al suponer que de lo que se trata es solo de administrar eficientemente la comunicación – como si algo así existiera de manera evidente. Ello anula la dimensión esencialmente política de este tipo de acontecimientos dotando de un tono conservador a todo lo que se haga. La trillada frase “no hay que hacer política” con su remate “solo hay que comunicar bien” invisibiliza los múltiples modos en que se pueden hacer las cosas. En otras palabras oponer la gestión y la comunicación a la política impide observar que toda comunicación es siempre política. Tercero, y derivado de lo anterior, visto esto desde un contexto más amplio, este tipo de situaciones ponen en evidencia que, la comunicación no es nunca pura estrategia que se produce en el vacío sino que tiene efectos y consecuencias que marcan límites importantes a la hora de enfrentar acontecimientos trágicos como los que se atraviesan en los últimos días. He allí el problema profundo que desborda al macrismo y su modo de comunicar. He allí el punto flaco en lo que parecen ser expertos y hoy tiene al gobierno naufragando haciendo inaudibles sus palabras. Detengámonos un poco más en detalle sobre este punto.
Creemos que las imposibilidades con las que se topa el ejecutivo nacional para poder reaccionar satisfactoriamente a esta crisis son inherentes a su modelo comunicacional – no casualmente su incapacidad de dar respuesta en situaciones límite comienza a volverse a estas alturas algo recurrente. Vale recordar el lamentable manejo que hizo durante la desaparición de Santiago Maldonado o los escasos y repudiables comentarios referidos al asesinato del joven mapuche, Rafael Nahuel, el fin de semana pasado. Y esto es precisamente porque construye todo su entramado comunicacional a partir de la ausencia de la tragedia, de la desdramatización y banalización de la actividad política a la que considera poco interesante para los ciudadanos (Duran Barba dixit). Entonces, qué es lo que ocurre cuando todo lo que hay es drama, cuando nos enfrentamos con un evento de características trágicas que se torna ineludible para todos y cuando la política evidencia su centralidad para la vida comunitaria. Ante eso queda lo que se ve, un monstruoso aparato mediático-estatal en silencio, expresándose apenas a través de un vocero de las fuerzas armadas. El resto es silencio. Y no puede ser otra cosa porque el modo en que se presentó a la sociedad, la forma que asume su modelo de comunicación limita su margen de acción, torna menos creíble otras opciones y restringe el relato. Si todo el tiempo se evitó hablar de política porque a nadie le interesa y se sostuvo que bastaba con gestionar bien, ante la evidencia de que la política y su cara más dramática se cuela por todas partes y que la gestión no fue eficiente, la ausencia de respuestas y la incapacidad de palabra se tornan la única resolución posible. Por ello, insistimos, la comunicación no se reduce a una estrategia todopoderosa construida en el vacío sino que tiene incidencias profundas que condicionan las decisiones futuras y evidencian los rasgos ideológicos de todo espacio político.  
Para cerrar, el problema del macrismo, entonces, no es, como se repite por estos días, que le falta comunicar o manejar la crisis, su real inconveniente es que ideológicamente no puede comunicar otra cosa que no sea el silencio hiriente de su pragmatismo, como un submarino perdido que no logra volver audible su señal. Su problema no es comunicacional, es político y radica en no poder comprender el carácter dramático (e irresoluble) de la organización de la vida en sociedad y las consecuencias que toda decisión supone. 

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